martes, 24 de marzo de 2015

Dejarlo ir


A veces pareciera que lo más fácil para olvidar como nos sentimos es tomar el teléfono, llamar a alguien, salir y esperar que todos esos pensamientos que nos agobian se vayan por arte de magia, incluso rodeado de quienes te quieren se torna difícil.

Para mi, y quizás para muchos de quienes se toman el trabajo de leerme, nuestros perros son, fueron y serán partes indispensables de nuestras vidas, son integrantes más de nuestras familias que vienen a llenarnos de cariño, lastimosamente el jueves pasado mi perro Romulo, nos dejó.

Desde chico siempre pensé "pucha ¿por qué mi perro es tan pajero?, ¿por qué cuando lo llamo o lo intento sacar a jugar me mira con su cara de "dejate de huebear" y se vuelve a acostar?, al día de hoy lo relaciono con la sensación que tienen mis amigos cuando van a sacarme arrastrando de mi casa en el verano, tal como yo lo hacía con Romulo y aún así me siguen queriendo y buscando.

Es muy complicado tratar de dar a entender los sentimientos y pensamientos que por mi pasan en estos momentos, tristeza por la pérdida de un ser tan querido por mi y por mi familia, felicidad por saber que ya de viejito está descansando, frustración por no haberlo podido ver a causa de estar en Santiago, y culpa por quizás no haberlo regaloneado como debía los últimos días que estuve en Osorno.

Hay tantas cosas que llegan a mi mente mientras escribo, su colita girando como ventilador cuando mi papá lo metía al agua, su "corre corre" en mi antigua casa, donde sus patitas se movían tan rápido que ya habían hecho un camino marcado en el pasto, sus bailes (porque mi guatón bailaba, o al menos yo lo hacía bailar) y las puteadas que en algún momento le habré pegado por no dejar de ladrar cuando estaba hablando por teléfono.

Recuerdo que cuando llegó tenía al rededor de 1 año y yo estaba en tercero o cuarto básico, lo primero que hice fue mirar a mis papás y pensar ¿Un perro salchicha? ¿en serio?, ¿no se supone que ibamos a tener un dálmata o un pastor belga? y ni siquiera era un cachorro, ya estaba mas o menos grande, pero con el pasar del tiempo le fui tomando cada vez más cariño, verlo ahí tan asustadizo y dócil me empezó a causar gracia, después de todo, no todos los perros son iguales, tal como las personas tienen personalidades distintas los perros también las tienen.

Mi mamá quien por esa época era la que mas se negaba a que llegase un perrito a la familia se encariñó hasta un punto de considerarlo como un hijo, y para que hablar de mi papá, que ahora que pasaba mas tiempo en la casa se volvió su fiel compañero, o mi hermano riéndose de lo viejo que estaba diciéndole "ancianidad".

 Me gusta imaginar que cuando vuelva a Osorno, a mi hogar, veré a mi perro moviendo la cola como siempre lo hacía, que se va a ir a acostar conmigo cuando me vaya a ver tele a la pieza de mis papás, o que lo podré tomar en brazos y transformarlo en la bazooka salchicha, pero ya es tiempo de dejarlo ir, de dejar ir a mi guatón, de dejarlo ir de mis fantasias y sueños, pero jamás dejarlo ir de mi corazón.

A todo aquel que alguna vez haya perdido un perrito, o un gato o cualquier mascota/amigo los invito imaginar a estos en el cielo, corriendo felices, a la espera de que por fin llegemos junto a ellos, y será tal cual como cuando nos ibamos al colegio, universidad o trabajo, ellos estarán ahí, esperándote, con nada más que amor en sus ojos.

Gracias por todo gordito.